
Se quedó sordo de verdad cuando amanecía la centuria, pero no ciego. Y a fuer de mirar a su aire se convirtió en un visionario. Ese hombre cabal, lúcido y baturro gestó las pesadillas que creemos tan nuestras afincado en un Versalles provinciano y en una Ilustración de pueblo.
Retrato: Saturno devorando a un hijo
En el Museo del Prado se conserva La joven de Burdeos o La lechera de Burdeos (1825-1827), una de sus últimas obras. Pero acaso su auténtico testamento había sido fijado ya sobre el yeso en su quinta de Madrid algunos años antes: Saturno devorando a un hijo, es sin duda, una de las pinturas más inquietantes de todos los tiempos, síntesis inimitable de un estilo, que reúne extrañamente lo trágico y lo grotesco, y espejo de un Goya, visionario, sutil, penetrante, lúcido y descarnado.
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